“EXCURSIONES”
Siempre que pienso en la pintura de Carlos Puig aparecen las palabras energía y vitalidad, ligadas a imágenes de su familia, de sus amigos y de los lugares que comparte con ellos.
Como en muchos afortunados casos, su trabajo nace de la voluntad de comunicar todo lo que la vida le ofrece y que parece disfrutar a pleno pulmón.
Visita frecuentemente la montaña, se deja envolver por los bosques y estoy por afirmar que cuando camina por ellos absorbe el doble de aire que cualquiera de nosotros porque lo necesita para meterlo en los dibujos y cuadros que ya le reclaman ser pintados.
La naturaleza que Carlos pinta está llena de animales que viven en ella, no suele preocuparse por los horizontes ni las grandes panorámicas sino por la vida que bulle entre las plantas, la de los peces en los ríos y la de los cientos de pájaros que conoce y a los que pone nombre en muchos de sus poemas.
Los cuadros en los que está con su mujer, sus hijos y otros familiares, nacen de su profundo afecto hacia ellos y con frecuencia el fondo de la escena es una vegetación que no está domesticada. Tanto si es un jardín privado como si es un paisaje natural los árboles y la maleza constituyen un cobijo mas bien agreste.
El amor filial es básico en su obra, el pinta para todos pero su tierra nutricia son en primer lugar aquellos de los que viene, los que ha elegido en el camino y los hijos a los que tiene que enseñar lo que a el tanto le sirve, la libertad en compañía.
Siempre parte de las cosas que le rodean y hace tiempo también que siente la necesidad de contar historias que le permitan ampliar la temática de su obra y hacerla mas narrativa.
Por lo que he podido ver hasta ahora me parece que la escritura es el apoyo para su necesidad de pintarlo todo y tener el hilo conductor que le proporciona la novela gráfica le sirve para introducir coches, aviones, objetos y recuerdos que puede pintar gracias “a que le obliga el guión”, y que previsoramente ha ido guardando en cientos de bocetos.
Cuando pinta la piscina a la que le van cayendo las hojas de los árboles que le rodean hay en ello una narración, pero si escribe un guión con personajes este le permite seguirlos por habitaciones, campos y carreteras y situarlos en muchos escenarios distintos. Para eso tiene cuadernos repletos de dibujos a colores que van preparando la base sobre la que nacerán sus obras mas ambiciosas a la vez que le muestran el camino que cada día le gusta mas, el de que su pintura no tenga una retórica innecesaria, que sea de comprensión inmediata y sin artificios. Lo que desea es dibujar y pintar como si estuviera contando un cuento a sus hijos.
Con esta forma de abordar el trabajo consigue una factura limpia, con imágenes muy dibujadas y campos de color contundentes. Una pintura clara y gozosa que le permite extender sus trazos y expandirse en formatos generosos.
Le sirven los paisajes que ve mientras conduce hacia los montes que piensa subir y de todo lo que le sale al paso hace a veces apuntes rápidos en cuadernos y agendas que en teoría no son el soporte adecuado, gracias a esa “humildad” puede tratarlos dando menos importancia a lo que está haciendo y se permite una libertad que quizás cuando vaya a trabajar con materiales y objetivos “serios” le resulte mas difícil conseguir.
Lo cierto es que en toda su obra hay un deseo de naturalidad, inmediatez y frescura con el que consigue resultados espléndidos y parece evidente que el titulo de su exposición “Excursiones” nos invita a viajar con el a la naturaleza que tanto ama y a la pintura que le sirve para compartir sus ganas de vivir con intensidad.
Pedro Salaberri
Febrero de 2018
Carlos Puig
El buen lugar
No hay fundidos ni veladuras en los cuadros que Carlos presenta en esta exposición de sus últimos trabajos. La naturaleza que nos presenta pasa por una resolución previa, mental «pongo el color donde lo veo» nos dice. Veo sin embargo uno de sus cuadros iniciados, su primera fase, y constato cómo la superficie es invadida desde el deseo, una manera de pintar que se aleja del resultado final de sus obras concluidas. En esta mancha-acercamiento a la imagen, lo que se desvela no es otra cosa que un asunto de fe, pese a saber que finalmente será el lenguaje el que hará que lo que tenga que ser, lo ideado, sea posible.
Hablamos de cómic, de los perfiles, las siluetas, de los instrumentos gráficos, del pop-art. Le pregunto que qué es el cómic recordando la amistad de Hergé y Warhol mientras no puedo dejar de pensar que la espiritualidad es de carne y hueso, y en que las montañas son reducidas en el plano a líneas topográficas.
Avatares biológicos, formas acumuladas, los campos, árboles, edificios. Un respeto y atención al propio pulso. Expresión limpia finalmente.
Hablamos de la confianza (que también se aprende con la palabra) y de que para aprender es necesario no tener miedo a cambiar.
Lo ideal, me dice Carlos que no ha hecho otra cosa que paralizarle, «me tengo que quitar ideales porque me paralizan» y que acaso ha pensado en ellos cuando la realidad, tan poderosa, le ha mostrado su certeza.
Capital en la mirada es aquello por lo que se opta. No siempre hay opciones, pero en el trabajo de Carlos, en sus cuadros, se evidencia la responsabilidad con lo que hace, su voluntad de Ser. En los límites y las limitaciones está lo posible, la mejora y lo bueno.
Carlos es capaz de someter su pintura a las leyes del trabajo, de lo productivo, consiguiendo dejarse de lado a él mismo, pese a que en sus cuadros lo orgánico sea importante, a pesar de la acumulación de formas y colores donde la intuición y la templanza marcan la presencia final de sus obras.
Nombrar para que algo exista, dar forma. Lo real y el deseo; crecimiento y responsabilidad, todo en el cuadro.
La pintura, como tantas cosas, es en buena medida una cuestión de confianza y que exige un viaje iniciático, una primera muerte para poder nacer sin los pecados originales. Reubicación en el vacío.
Caminar sin mirar hacia atrás para no convertirse en estatua de sal parecería razonable.
Cuidado con hacer de uno mismo un paréntesis. Apostar por lo que muere, por la vida.
Carlos nos muestra paisajes que transita, que conoce, lugares cercanos. Una naturaleza exuberante, el muérdago y la nieve que lo limpia todo. Carreteras, árboles, nubes. Un viejo gallinero reconstruido en el cuadro, el cauce del río o la antigua casa de Maite, su mujer. Una mirada entre cenital y frontal nada ajena a lo romántico. Constelaciones de cardelinas sobre un fondo plano y limpísimo.
La pintura no serviría para nada si no fuera capaz de acabar con todo aunque sólo fuera por un instante. Capaz de recoger lo necesario para que vea la luz. Lo importante es lo que cae, el objeto en cuanto a necesidad cumplida.
Pienso en los mandalas (dibujos circulares de arena que se hacen con un cometido, laboriosamente, y que cuando son concluidos sedeshacen). Me acuerdo de aquello de que en los templos delgótico, la clave, que era la pieza en la que concluían los arcos y que nadie iba a ver, se trabajaba con especial cuidado ya que iba destinada a Dios.
El fin y la necesidad de un artista, de un pintor, no es otro que el acabar con la cultura y redimirse, afirmarse.
El artista tiene el deber de hacer posible lo que le es negado, real o imaginario, de ser, y así, su necesidad, a veces, puede convertirse en algo útil para los otros.
Dar sentido a un mundo que no lo tiene, reconciliar, cuestionar o acabar (del modo que sea) con las formas que han sido capaces de imponerse a lo necesario.
La pintura es la experiencia frente a lo otro con unas determinadas herramientas como argumento. La realidad de alguien que se sitúa frente al lienzo y se dispone a vivir y morir durante un tiempo. La exigencia de una conclusión. Un cuadro, una pintura, es resultado de un amor imposible, de una voluntad de que pese a todo, todo es posible.
EL BUEN LUGAR
Responsabilidad inmediata
El título con el que Carlos Puig nos presenta esta exposición, nos remite al deseo de un mundo ideal y posible por el que merece la pena pintar, quizas carente de los avatares biológicos y sociales que vivimos. Un deseo convertido en su caso en timón a la hora de dar forma a su trabajo.
Y es que la pintura no serviría para nada si no fuera capaz de acabar con todo aunque sólo fuera por un instante.
Aunque en todo trabajo se puedan encontrar analogías, toda cultura, tomada ésta como herramienta, debería ser eliminada de la hoja de ruta del pintor, después de todo, el fruto de todo trabajo, es ya hijo de la cultura que se vive.
El trabajo que Carlos Puig presenta ahora y en continuidad, nos puede remitir al Tintín de Hergé, a Hokusai, a distintos modos de degustar… Lo que ahora se reclama es un objeto nuevo, distinto e independiente en el que su ejecución no tenga de base nada, en el que nada previo pueda debilitar la potencia del presente, de lo posible, navegando cada uno en sus circunstancias y realidades. Solo desde ahí se puede hacer lo que a uno le corresponde.
El buen lugar (utopía) no es otra cosa que el presente, ese centro que se circunda de continuo y al que rara vez se accede.
El título con el que Carlos Puig nos presenta esta exposición nos habla de determinación, afirmación y deseo. La utopía como fuerza y potencia. Deseo del buen lugar, manera de afrontarlo todo y así, en el trabajo de Carlos se evidencia su persona como exaltación, como triunfo, como confianza.
No hay que esperar a que sucedan las cosas sino que hay que poner voluntad para que sucedan. La utopía está en presente y por eso se le quiere ver lejos, por eso es tan habitual evitar hablar de lo que importa, por eso la mirada actual, por eso tantas huidas y justificaciones.
Leí en una ocasión, que los esquimales tenían algo así como veinte nombres distintos para el blanco de la nieve o el hielo.
Imagino que cada uno de esos nombres respondería a una necesidad, a una manera de traer algo y que les sería de utilidad a la hora de cazar o pescar… Confíar todavía en que toda la pestilencia que acarrea lo nombrado y lo valida, los nombres bonitos, dejen paso a los necesarios.
La experiencia artística no es otra cosa que la búsqueda de lugares, vidas no vividas, anhelos, concreciones no posibles de otro modo.
Es el recordatorio del presente relegado por un tiempo acelerado, el tiempo de la información, el del bit, la uniformidad, las espectativas limitadas y la ambición ciega donde al arte parecería que solo le quedase el papel del bufón.
El éxito del bit es el de la deshumanización, el de dejar sin cuerpo al hombre, sin responsabilidad.
La esperanza ensancha, la voluntad empuja al deber de ser, de encontrar lo mejor de y para uno (para todos).
La responsabilidad del pintor pasa por llegar a ser quien es pese a todo, pese al objeto o con éste. El artista con pulso, vivo, monstruo a fin de cuentas (en continuo cambio), se separa de todo canon, de toda perfección…
La mirada ha sido en buena medida secuestrada por el bit, por unidades repetidas. Es cierta la necesidad general de que el sentido venga de fuera, de una conciencia o justicia superior, y que este acuerdo de sentido, esta realidad inventada no hace sino crear un vacío que se intuye cada vez más insoportable porque al tiempo que parece proponer un lugar común, lo que hace en realidad, es, medirlo todo y vaciar de responsabilidad al actor, al artista en este caso.
Todo lo que se asume como propio, todo lo que a uno le llega, puede también descapitalizarle a favor del bit, de un orden enajenador. Una vez más el individuo desposeído de su responsabilidad y trabajando para una armonía aprendida, justificada.
La confianza es el único tesoro posible, cada ahora el momento de ejercerla.
Gracias Carlos por la tuya.
Alfonso Ascunce